¿Qué va a pasar?

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8 abril, 2015 por arenaslibertad

Artículo “¿Qué va a pasar?” extraído del libro Por dónde empezar
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Nuestro país ha entrado en un período de crisis revolucionaria, crisis que desde hacía tiempo venía madurando y que tiende ahora a una mayor agravación: la crisis política del régimen, el empeoramiento de los problemas económicos, la ofensiva de las luchas populares encabezadas por la clase obrera, la bancarrota revisionista y la aparición de una nueva vanguardia comunista marxista-leninista, tales son los principales factores que la han desencadenado.

Aunque la oligarquía intenta por todos los medios ocultar su difícil situación, no por eso deja de prepararse para hacer frente al movimiento revolucionario en ascenso. ¿Qué va a pasar? Es preciso dar respuesta a esta pregunta. En este momento crucial, el proletariado revolucionario ha de tener una visión clara de las cosas y aprestarse a librar grandes combates. A tal fin es imprescindible tener en cuenta algunos aspectos importantes de la actual crisis del régimen.

La naturaleza revolucionaria de la crisis

España es un país capitalista que no escapa a la corriente general que, en escala internacional, arrastra a este sistema a su ruina total. La crisis de superproducción (que genera el paro y la miseria para los obreros y sus familias), la lucha por los mercados y las fuentes de materias primas, la elevación de los gastos estatales, la inflación, la fascistización de las formas de poder, etc., son males comunes a todos los países capitalistas. Esto provoca cada vez más resueltas acciones de masas de la clase obrera y otros sectores populares, luchas que van dirigidas contra el sistema capitalista en su conjunto.

Como decimos, España no escapa a esta corriente general. Pero además, a diferencia de otros países capitalistas, desde hace 36 años la oligarquía española viene dominando mediante un régimen político de tipo fascista, un régimen de dictadura terrorista abierta del gran capital ejercido contra las masas populares, lo cual provoca las más amplias y radicales acciones de masas. La lucha contra el fascismo y el monopolismo es también abierta, revolucionaria, y no ha cesado en España desde que fue implantado el régimen.

El desarrollo incesante de la lucha revolucionaria de masas es consecuencia directa de la permanencia del fascismo. Esto nadie puede evitarlo ni ocultarlo. Es un hecho objetivo que en la actualidad adquiere una significación especial: pues a la crisis económica capitalista se une una profunda crisis del Estado.

La explotación intensiva de la clase obrera, la expoliación por los monopolistas de los campesinos y de otras capas trabajadoras, y el consiguiente aumento de las luchas debidas también a la opresión que sufren, han hecho fracasar todas las tentativas de «liberalización» política emprendida por el régimen. Esto le ha conducido a un completo aislamiento, haciendo mucho más difícil a la oligarquía hallar una salida imperialista a la crisis económica que padece. Los resultados ya los conocemos: la precipitación del sistema a su ruina total y el ascenso incontenible de las acciones revolucionarias de masas protagonizadas por el proletariado.

El fascismo está a la defensiva y las masas populares han pasado a la ofensiva. Sin lugar a dudas, éste es el rasgo más importante de la actual situación política de nuestro país y condiciona todo lo demás. Eso se puede comprobar en el hecho de que, ha sido precisamente el auge de las luchas de tipo revolucionario lo que, ante la perspectiva de una mayor agravación de la crisis económica, ha obligado a la oligarquía a mantener, muy a pesar suyo, el ejercicio de la represión abierta contra las masas como única forma posible de mantenerse en el Poder y conservar sus privilegios. Han sido las luchas de masas las que han tirado por tierra, una tras otra, todas las maniobras políticas emprendidas a fin de salir de su aislamiento.

De la perspectiva del «pacto», los monopolistas y sus fieles lacayos revisionistas tuvieron que replegarse al marco de las leyes fundamentales fascistas. Ello dio lugar a la formación del bloque «aperturista» del 20 de diciembre. Pero este reagrupamiento de fuerzas contrarrevolucionarias ha durado poco tiempo, debiendo retroceder una vez más ante la ofensiva general de las luchas obreras y populares. El desmoronamiento del bloque ha confirmado de manera palpable que ya nada podrá salvar del naufragio al odiado, sanguinario y podrido régimen de la oligarquía financiera.

No es nada extraño que después de fracasados todos los intentos de conciliar al pueblo con el fascismo, de desarmar ideológicamente a la clase obrera y de liquidar su movimiento revolucionario, estén de nuevo los fascistas atizando entre sus huestes el espíritu de la guerra civil y el odio más feroz hacia las masas populares.

Pero no existe ningún motivo para atemorizarse de los rugidos de la fiera acorralada; si bien debemos estar preparados ante sus últimos zarpazos criminales. Los revisionistas y otros oportunistas, después de facilitar el ascenso al Poder del fascismo, han hecho todo lo posible por ayudarle a salir del atolladero en el que se encuentra metido, fomentando entre las masas el espíritu servil, el pacifismo y el respeto supersticioso hacia el Estado que las esclaviza. Los carrillistas fueron los primeros en proclamar el fin de la guerra civil, al tiempo que el régimen continuaba masacrando a las masas y asesinando a sus más destacados luchadores; los carrillistas han pintado con bellos colores las instituciones e instrumentos que sostienen al régimen fascista: al Ejército, a la Iglesia, a los altos funcionarios (¡incluso a los torturadores de la policía política!), a la CNS, etc. , pretendiendo que la clase obrera y el resto del pueblo dejara de odiarlos, no se organizara independientemente ni se atreviera a luchar contra ellos. Pero de nada les han servido sus cantos de alabanza al fascismo.

Que la guerra civil está ahí y que no ha cesado en nuestro país desde el 36 hasta nuestros días, es tan evidente que hasta los mismos revisionistas se ven obligados a reconocerlo en sus lamentaciones. Efectivamente, la guerra civil no ha terminado; sólo ha tomado otras formas y vuelve a aparecer abiertamente como en un principio, aunque invirtiendo la posición de los contendientes.

Primero fue la ofensiva fascista contra las masas populares. Esta ofensiva contrarrevolucionaria se produjo en unas condiciones nacionales e internacionales muy desfavorables para el pueblo y terminó con la victoria momentánea de sus enemigos. Pero como decimos, y los hechos diarios vienen a atestiguar, la guerra no terminó en el 39, sino que se ha venido desarrollando en otras condiciones. La permanencia del fascismo es la prueba concluyente. Las masas han resistido, han pasado por una dura escuela sacando valiosísimas enseñanzas, han ido reponiéndose y acumulando fuerzas y ahora son ellas las que pasan a la ofensiva contra el fascismo en condiciones muy favorables. El triunfo de las fuerzas populares está asegurado si no se dejan embaucar por la demagogia capitulacionista que sigue haciendo el revisionismo y si persisten en la lucha. De otra forma, cabe la posibilidad de un nuevo descalabro.

El desarrollo político de la crisis

 Como ya se ha apuntado anteriormente, los monopolistas no han esperado impasibles a que se fuera creando la presente situación de aislamiento e impotencia política de su régimen.

Desde el momento en que apareció de nuevo con fuerza la lucha de masas (lucha que ellos creían haber enterrado para siempre), comenzaron a preparar una salida política que anulara los «efectos» de la guerra a fin de seguir conservando sus resultados: el monopolio político y los privilegios económicos para unos pocos a costa de la falta de derechos, la explotación y miseria para la gran mayoría. Para los fascistas comenzó a hacerse evidente que esos resultados ya no los podían mantener a cara descubierta ni con los mismos métodos de antes. Estas son las razones que les condujeron a preparar un «cambio». Además, entraron en juego otros importantes factores, tales como el desarrollo económico y la necesidad que éste le imponía de una mayor vinculación con Europa, la degeneración del Partido Comunista a manos de la banda carrillista, etc. Todo obraba a favor de una «liberalización» del régimen y no pasó mucho tiempo sin que apareciera una «oposición» consentida y un movimiento sindical manipulado que dieron como resultado el proyecto de un «pacto» con el lema de «libertad» como bandera.

Pero la tal libertad se fue haciendo cada vez más problemática. Apareció la crisis económica, se sucedieron las huelgas y demás acciones de masas, se instituyeron de nuevo las leyes contra el «bandidaje y terrorismo» y los tribunales militares, se declararon los estados de excepción y, como consecuencia, el pacto se hundió teniendo que conformarse los nostálgicos de la «libertad» controlada con la utilización de las leyes fundamentales fascistas, en las que han des cubierto de pronto un sinfín de posibilidades.

Después se produjo la explosión del 20 de diciembre, haciéndose efectiva la solidaridad de la «oposición moderada» con las castas dominantes. La política de «realidades» del fascismo no tardó en registrar este hecho tan positivo para el régimen, poniéndole el nuevo nombre de «apertura» con el «programa del 12 de febrero» y dejando abierto el banderín de enganche para nuevas promociones.

Todo estaba bien atado. Sin embargo, como siempre ha sucedido, el desarrollo impetuoso de la lucha de masas se encargó en muy poco tiempo de tirar abajo el nuevo bloque formado en torno al Gobierno presidido por Arias Navarro. Las masas arrecian con sus acciones resueltas contra el fascismo y la explotación monopolista, persisten en el boicot a su política pese al nuevo ropaje que se ha colocado; se pone al descubierto la colaboración fascista-revisionista, se agrava por momentos la crisis económica. Desde el Gobierno y la prensa se hacen reiteradas llamadas a «apretarse el cinturón», a «compartir» las pérdidas de la crisis (¡cómo si alguna vez los obreros hubieran participado en las ganancias, sacadas además de su explotación!). Ya se iban desenmascarando por sí solos todos los planes.

Pero por si fuera poco, el Gobierno comete nuevos asesinatos de obreros y patriotas, amordaza a los que, aún sin quererlo, hablan más de la cuenta; se producen los acontecimientos de Portugal y con ello llega el delirio «liberal» chapuzado inmediatamente por el «gironazo». Se hace el silencio… comienzan los lloriqueos. Mas, como decimos, los fascistas estaban seguros de que ya tenían todo bien atado y creen llegado el momento de apretar el último nudo al cuello de la «oposición» (entonces dentro del régimen): se produce de hecho la sucesión de Franco dejando bien claro y remachado que después de la muerte del verdugo mayor, seguirá existiendo el franquismo sin Franco, que habrá fascismo con otro ropaje y coronado. Entonces quedó muy claro ante las masas que no es Franco el dictador sino la oligarquía financiera que lo mantiene y continuará ejerciendo su dictadura de la misma forma que antes y sin apenas poder disimularlo.

El bloque se resquebraja. Ante la imposibilidad de medrar y el temor de quedar completamente al descubierto, los revisionistas se ven forzados a romper el bloque y formar por su parte, con algunos otros desertores del campo fascista, una nueva oposición «extramuros» del régimen. Esto ha obligado a la fracción dominante a dar marcha atrás en todos sus planes, ante la inseguridad y el temor de un resquebrajamiento aún mayor de sus filas; Franco vuelve a ocupar su puesto, mientras la parte más negra de la reacción, los BIas Piñar y cía., pega el bombazo de la calle del Correo para endurecer la situación y se sale también por la tangente de la «oposición».

La crisis del régimen ha quedado así abierta en medio de una agravación de los problemas económicos, de todas las tensiones sociales y un incremento de la represión. Una consecuencia lógica de la crisis ha sido la destitución de pío Cabanillas y de los otros «liberales». Cuando hablamos de crisis abierta queremos decir que aunque, momentáneamente, el fascismo continúe manteniéndose en pie, su existencia no puede durar mucho tiempo. Su permanencia hay que atribuirla al hecho evidente de que el movimiento popular no es todavía lo suficientemente fuerte, ni está todavía suficientemente organizado y bien dirigido y porque, pese a sus peleas internas, la oligarquía se mantiene solidaria en lo fundamental ante el temor que le infunde la agravación de la crisis y la perspectiva de un mayor desarrollo del movimiento de masas. La crisis está abierta porque el capital monopolista no encuentra en España ninguna salida, porque es inevitable un nuevo y próximo enfrentamiento del pueblo con el fascismo.

La perspectiva de la crisis

La clase obrera y el resto de las masas populares necesitan la libertad política. Pero sólo la tendrán cuando acaben con el actual Estado. La experiencia ha demostrado ya sobradamente que todo lo que no sea esto son cuentos destinados a engañarlas y permitir a los monopolistas prolongar todavía durante un tiempo su Poder, para ayudarles a salir de su aislamiento y facilitarles una nueva agresión sobre las masas populares. La historia más reciente de todos los países, y la de España en particular, está llena de ejemplos de cómo actúan los monopolistas y sus lacayos revisionistas.

Después de trabajar para la conservación del fascismo bajo otra máscara, los carrillistas y los «liberales» burgueses, ante la imposibilidad de lograr su propósito, se han visto obligados a situarse en el campo de la oposición al régimen. El proletariado revolucionario ni se sorprende por este cambio repentino del revisionismo y de un sector de la burguesía monopolista, ni dejará de aprovechar estas contradicciones aparecidas en el seno de la burguesía impulsando la lucha unida del pueblo y la organización independiente de nuestra clase. Sabemos que la agravación de las contradicciones en el seno de la burguesía y en el propio régimen, es el resultado del fracaso de toda la política reconciliadora y de liquidación que ha intentado llevar a cabo el revisionismo. Ahora, desde su nueva posición, los carrillistas intentarán de nuevo llevar las cosas por el viejo cauce del «pacto», pues en realidad no tienen otro camino. Pero con todo, está claro que, si bien en otra época la alternativa del «pacto» era la solución que podía aceptar la fracción dominante (a condición de que el revisionismo mantuviera bien sujetas a las masas populares), esa misma alternativa, en las condiciones actuales, es inaceptable para ella pues objetivamente favorece a las masas populares, siempre que éstas persistan en su lucha independiente y la clase obrera se ponga en condiciones de dirigirlas.

Las condiciones han cambiado notablemente de forma favorable a la clase obrera y a la revolución. Bajo la dirección de su vanguardia dirigente, la clase obrera no tiene nada que perder con el programa reformista que preconiza la llamada «junta democrática» compuesta por Carrillo y otros personajes, antiguos sostenedores del régimen. Pero la clase obrera aspira y luchará por la dirección del movimiento siguiendo el camino hace tiempo emprendido. Esto es, imponiendo las huelgas, las asambleas, su propaganda democrática y socialista, sus organizaciones y haciendo valer sus reivindicaciones inmediatas mediante amplias acciones de masas. Esto y no otra cosa es lo que nosotros entendemos por la ofensiva irresistible ante la cual el fascismo y todos los reformistas que predican la claudicación vienen retrocediendo.

Los comunistas orientamos al movimiento obrero y popular para que prosiga por ese camino a la vez que creamos las condiciones para que la clase obrera encabece y dirija de forma efectiva todo el torrente de la lucha popular para acabar definitivamente con el capitalismo.

Por su parte, aisladas e incapacitadas para ejercer el terror como lo venían haciendo antes, las castas dominantes no podrán mantener mucho tiempo la situación privilegiada, su monopolio político y la expoliación del pueblo que ha venido disfrutando, sin recurrir a una represión mucho más sangrienta de la que viene realizando, lo cual les resultaría fatal en las actuales circunstancias.

Por esta razón los fascistas y los «liberales», ante el curso que toman las cosas, ensayarán nuevas maniobras, intentarán llevar a cabo nuevos reagrupamientos. Buscarán crear una nueva situación que les sea más favorable para salir de su aislamiento. Pero no podemos descartar la posibilidad de que, ante sus fracasos, los fascistas emprendan con cualquier pretexto una masacre en masa de revolucionarios y demócratas para intentar tomar de esa forma la iniciativa y restablecer el «equilibrio» político que les es absolutamente desfavorable. Hay que estar alertas.

La criminal provocación de Rolando, motivada por la deserción de los revisionistas y los otros liberales del bloque, es una clara advertencia en este sentido que muy bien puede ser repetida en más grande escala. Más todo será inútil si nos preparamos; si, ante las criminales sacudidas de muerte del fascismo, impulsamos de manera resuelta el movimiento de masas ligándolo a las más audaces acciones revolucionarias.

En la actualidad, las masas populares encabezadas por la clase obrera, se hallan a la ofensiva superando progresivamente todas las dificultades que los monopolistas imponen a su educación y organización políticas. Esto es algo que el fascismo ya no puede evitar, pues lo impide la crisis económica y política del régimen y se puede decir que, además, las masas han escapado definitivamente a su control por la bancarrota revisionista. El fascismo se bate en retirada dando zarpazos criminales y ve crecer por todas partes sus dificultades. El tampoco puede superarlas, puesto que van unidas y son el producto de la misma naturaleza decadente del sistema, y todas las maniobras que emprende a tal fin son continuamente puestas al descubierto por la vanguardia comunista que se sitúa cada vez más claramente a la cabeza de las masas, las va dirigiendo y crece su influencia. Las masas están a la ofensiva y el fascismo en retirada. Esta es una apreciación completamente justa que caracteriza la situación política de nuestro país y nuestra Organización tiene que obrar en consecuencia con ella.

No replegarnos, sino avanzar superando todas las dificultades, cumpliendo las tareas señaladas por nuestro Comité de Dirección para la realización del Congreso Reconstitutivo del Partido, esclarecer la maniobra fascista-revisionista y lograr el boicot masivo de la clase obrera a las elecciones del Sindicato fascista; confiar en el desarrollo incesante de las fuerzas revolucionarias y en la creciente debilidad de las fuerzas contrarrevolucionarias, atrevernos a luchar y a derrotarlas. Para eso tenemos que ir superando también nuestras propias dificultades y neutralizar las estratagemas de los enemigos. Nuestra principal dificultad en estos momentos consiste en la falta del Partido, en el retraso que se observa en la organización de la fuerza dirigente respecto al desarrollo del movimiento de masas. Conocedora de esta realidad, la burguesía intenta eliminar a la Organización Comunista mientras hace planes para abortar el movimiento revolucionario que se viene gestando. Por eso, por nuestra parte, debemos desmontar esta operación preparándonos, al mismo tiempo, para dotar al movimiento de una dirección. No predicar el espontaneísmo, sino la organización; no predicar la participación, sino el boicot: la organización independiente de la clase obrera y su ligazón al Partido, la acumulación de fuerzas revolucionarias, la preparación de la lucha armada decidida contra el fascismo.

 Publicado en BANDERA ROJA

nº 56-1ª Época, 1 de diciembre de 1974

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