Humanismo y lucha de clases

7 diciembre, 2015 por arenaslibertad

Artículo “Humanismo y lucha de clases”
extraído del libro En defensa del comunismo
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I

Acabadas mis vacaciones (unas vacaciones bastante agitadas, por cierto, en las que no he tenido ni un momento de sosiego) he de enfrentarme a un difícil dilema: ¿debo seguir contribuyendo a la lucha por el logro de una so­ciedad mejor, distinta a la actual sociedad burguesa, más igualitaria, humana y solidaria, o por el contrario, abando­narme a la corriente de moda, reconocer que la historia se ha terminado e ir a zambullirme, como un átomo errante, en el magma de la naturaleza? Hasta el lector menos avispado se dará cuenta enseguida que la elección no resulta sencilla.

Aún suponiendo la posibilidad de evasión a una isla desierta del Pacífico, uno se verá siempre obligado a tener que satisfacer determinadas necesidades distintas a las puramente materiales. Puedo prescindir del automóvil, del alojamiento con instalación eléctrica, de algunas ro­pas y alimentos, pero no puedo prescindir del trabajo ni de mis relaciones sin descender por la escala del mundo animal. «Somos según como producimos». La producción es, como se sabe, cada vez más un asunto social, no individual; no trabajamos en la soledad ni aislados unos de otros. Por este motivo se puede decir que el hombre es, ante todo, un ser que «labora», que produce los medios de subsistencia necesarios para la vida en cooperación con otros hombres, y que progresa con estas relaciones, las cuales, por su propia naturaleza, tienen un carácter histórico; o sea, que no se detienen nunca en una fase determinada de su desarrollo y cuyo fin no puede ser otro que el de la plena realización del hombre, emancipado de toda forma de explotación y de opresión.

El hombre forma parte de la naturaleza, pero es distinto a ella; por eso no puede desandar el camino que lleva recorrido en su diferenciación del mundo animal. De todas formas, parece poco probable que los trabajadores renuncien voluntariamente a su meta de emancipación social y se dispongan a huir masivamente, cada uno por su lado, a una isla perdida, aparte de que no existen tantas islas solitarias en el Pacífico ni en ningún otro lugar como serían necesarias para que la humanidad pudiera empren­der el camino de regreso a la animalidad. Habrá, pues, que seguir adelante (siendo hombre, enfrentando al capitalismo) para llegar a ser cada vez más humanos. Esta conclusión que acabo de extraer de mis reflexiones confirma lo que ya dijera Marx en sus años mozos: que toda la historia de la humanidad no es más que la «producción del hombre me­diante el trabajo» y la lucha de clases, la superación de la necesidad ciega y azarosa mediante la actividad libre y cons­ciente. Al margen de esta actividad no puede haber «humanización». De ahí que pueda afirmarse con entera seguridad que dicha actividad constituye la esencia de lo histórico.

II

Los marxistas siempre hemos sostenido que la histo­ria de la humanidad está por comenzar, que aún nos hallamos en la prehistoria, y que aquélla comenzará real­mente cuando hayamos acabado con el sistema de explotación capitalista. Pues bien, como es lógico, la burguesía, por su parte, siempre se ha preocupado por dar la vuelta a este planteamiento, procurando hacer aparecer su sistema económico-social como algo eterno. De manera que, no es de extrañar que ahora, en los círculos más reaccionarios no escatimen papel ni tinta para convencer al personal de que la historia «ha terminado» sin haber comenzado. Como se recordará, no hace mucho tiempo se puso de moda entre los intelectuales tratar acerca del «fin de las ideologías». Antes de este final feliz, el fascismo ya había puesto término a la lucha de clases, y ahora, ya vemos, le ha tocado el turno a la historia en toda su dimensión. No se habla de otra cosa. Las interpretaciones sobre el final de la historia y sus equivalentes no son nada nuevo, y se apoyan, como la idea del Apocalipsis que predica la religión, en la concepción idealista y metafísica del mundo. Estas interpretaciones reciben gran difusión, particularmente en épocas de crisis de la sociedad, pero con ello no se busca otra cosa, en realidad, sino consagrar lo existente. El progreso siempre es malo y habrá de provocar la ira de Dios, por cuanto tiende a cambiar la naturaleza del hombre hecho de una vez y por todas a su imagen y semejanza. Si Dios hizo el mundo y al hombre en cuatro días, ¿quién puede dudar que con la misma mano puede destruirlo en un abrir y cerrar de ojos?

Sobre estas prédicas reaccionarias ya tenemos sobradas noticias y no nos sorprenden en absoluto. No ocurre lo mismo con otra versión, algo modificada, de esa misma concepción que suele aparecer ataviada con los ropajes más vistosos y hasta «revolucionarios». Nos estamos refiriendo a la idea del «humanismo» en su acepción moderna, renova­da por el revisionismo. Los actuales dirigentes soviéticos, con el Sr. Gorbachov a la cabeza, se han erigido en campeo­nes de esa doctrina, sobre la que tienen pensado fundar lo que han comenzado a llamar pomposamente «un nuevo orden internacional». Podrá parecer una mera coincidencia el reciente anuncio del final de la historia por los voceros de las multinacionales yankis y la proclama por los dirigentes soviéticos de su nuevo credo, pero nosotros desconfiamos de tales coincidencias. Los objetivos de los imperialistas ya se conocen. El caso de los mandamases soviéticos es algo distinto, dado que se trata de unos conversos. Para los yankis se trata de proseguir con su política de «derechos humanos», que tan buenos resultados les ha reportado en su plan destinado a dominar el mundo; los soviéticos se acaban de convertir a la vieja fe siguiendo la voz de su amo. Su «humanismo» es del mismo corte que el del tío Tom, habiendo tenido que renunciar, para abrazarse a él, no sólo a toda posición política independiente y al internacionalismo proletario, sino también a los principios ideológicos y morales más elementales. Ni el mujik del siglo XIX se hubiera comportado tan servilmente como lo vienen haciendo respecto al imperialismo los nuevos burgueses rusos de finales del siglo XX. Realmente, no es posible caer más bajo, uno siente vergüenza ajena, se sonroja hasta la raíz del cabello, cada vez que les oye pronunciar sus discursos de eunuco o les ve tomar alguna de sus escandalosas iniciativas. ¿Qué humanidad puede ser edificada sobre un pantano hediondo como éste?

III

Hace ya bastante tiempo que el sistema capitalista alcanzó la última fase de su desarrollo (la fase monopolista financiera o imperialista) y hoy se encuentra, a todas luces, en el límite de sus posibilidades. Todo enfoque «humanístico» de la sociedad actual ha de partir de este hecho trascendental: el de la agonía del capitalismo como sistema económico-social, de un momento en que se agravan todas sus contradicciones y se desarrolla con fuerza la lucha de clases en la búsqueda de un cambio radical que haga posible un verdadero nuevo orden, distinto del que están tratando de perpetuar los Estados imperialistas. Esta realidad desborda una y otra vez los planteamientos revisionistas y viene a demostrar la vigencia de las ideas revolucionarias del marxismo y, en particular, la concepción materialista de la historia, según la cual, son las condiciones objetivas materiales, el desarrollo alcanzado por las fuerzas pro­ductivas las que, en última instancia, al entrar en colisión con las relaciones de producción ya caducas, exigen y aca­ban por imponer los cambios necesarios. El humanismo burgués, concebido como código ético o moral, se muestra incapaz de explicar este fenómeno (que opera como ley fundamental de todo el desarrollo histórico) y menos aún de adaptar las conductas al mismo. Por esta razón siempre ha fracasado, cuando no es negado de plano por toda la sociedad burguesa.

Por su parte, los revisionistas también ignoran, en la práctica, esta ley fundamental, al tiempo que procuran supeditar el movimiento obrero a los designios imperialistas so pretexto de preservar la paz mundial o los intereses de la «humanidad». Para ellos no cuenta la lucha de clases, niegan que ésta exista, y cuando reconocen su existencia no es por otro motivo sino para intentar «suprimirla». En este aspecto se comportan como los fascistas. Otro terreno en el que los revisionistas han volcado siempre su actividad es el que se refiere al «desarrollo de las fuerzas productivas» (con los resultados que ya conocemos), cuando, en realidad, lo que hace falta desarrollar -y es lo que la situación viene demandando- no es un mayor desarrollo de la industria, la agricultura y el comercio, sino un cambio radical en las relaciones de producción (en la propiedad) que ponga aquéllas al servicio del desarrollo integral del hombre y no de los intereses del capital. Por ese camino que han elegido se va, tal como se está comprobando, derecho al desastre.

Para nosotros, la actividad práctica del hombre no se limita tan sólo a la producción, a sus relaciones con la naturaleza, sino también, y a veces preferentemente, a sus relaciones con los demás hombres, a promover la lucha de clases, la revolución y la transformación espiritual. El conjunto de estas actividades hará aparecer el hombre nuevo, verdaderamente humano, con alta conciencia social y no alienado. Pero para alcanzar esta meta es preciso enfrentar la explotación, no perder de vista jamás la división en clases que se da en la sociedad, así como la lucha de clases como principal motor del cambio. Desde luego, no será con exhortaciones morales o humanistas como vamos a conseguir parar la avalancha ultrarreaccionaria y milita­rista del imperialismo, sino enfrentándolo firmemente en todos los terrenos (en lo político, ideológico, económico, militar, etc.). Los principios de la lucha de la clase obrera contra la burguesía en cada país y del internacionalismo proletario, imprescindibles para llevar a cabo el combate hasta sus últimas consecuencias (cosa a la que los gorbachovianos han renunciado), son irrenunciables y terminarán por imponerse en todas partes.

Estas ideas y los proyectos revolucionarios que defendemos, contrariamente a como suele presentarlos la burguesía y sus ideólogos, no sólo no se hallan en contradic­ción con el concepto del humanismo, sino que lo presuponen y lo posibilitan; se podrá asegurar que vienen a ser una sola y misma cosa, puesto que resulta inconcebible el desarrollo de la sociedad y de la evolución física, intelectual y moral del hombre, sin los diversos tipos de revoluciones que se han dado y se seguirán produciendo en el futuro. En resumen: sin revolución socialista y sin solidaridad internacionalista de los trabajadores en la lucha contra el capitalismo y el imperialismo, todo lo que se diga a favor de la humanidad, toda propaganda «humanista», no pasará nunca de ser, en el mejor de los casos, mera charlatanería.

IV

Que la restauración del capitalismo en los países del Este de Europa, supone un retorno a la ley de la selva, al sálvese quien pueda y a la política imperialista de las cañoneras, de eso no albergamos ninguna duda. En este sentido, verdaderamente, no se puede negar que se ha producido un retroceso en la historia. Ahora bien, descarta­da por principio la tesis que asegura la involución de la sociedad en su conjunto a la fase del salvajismo, la cuestión consiste en saber si dicho retroceso podrá mantenerse durante mucho tiempo -cosa que nosotros también nega­mos- para lo que resulta indispensable descubrir las causas que lo han originado. Desde luego, esas causas aún no están del todo claras.

Los analistas burgueses y otros apologistas del imperialismo coinciden en señalar, como causa principal de este retroceso, la «victoria» del capitalismo en el curso de la guerra fría, hoy ya superada, con la vuelta al «buen camino» de la economía de mercado de toda una serie de países. Otros apuntan, sin mucha convicción, al conflicto del Golfo Pérsico, lo cual, según nuestro modo de ver, no deja de ser un argumento bastante flojo, por no decir irrelevante, a la hora de explicar un fenómeno de tal naturaleza. Pues si bien es verdad que, en el primer caso, la restauración capitalista en unos países que ya se habían desviado de la senda socialista ha venido a poner de manifiesto la podre­dumbre revisionista, no por esto dicha restauración ha redundado en un mayor fortalecimiento y prestigio del capitalismo: ocurre que, tal como habíamos anunciado apenas unos días antes de que se declarara el conflicto del Golfo, la bancarrota revisionista no ha hecho sino agravar aún más la crisis que ya padecía el sistema de la burguesía. En este contexto, era previsible que el primer conato de conflicto serio que surgiera tuviera que actuar de detonante de una situación explosiva preexistente.

Así pues, la causa del retroceso, de esa «catástrofe» a que nos venimos refiriendo, no es otra cosa sino la crisis general, ya crónica, en que está sumido desde tiempo atrás el sistema de explotación. Esta crisis también afecta, como no podía ser menos, a la ideología, a la política, a la moral, etc., de la burguesía, y en especial a aquella parte de la misma destinada a la clase obrera. De ahí, que estallara primero por este lugar, por su «eslabón más débil». Noso­tros sostenemos -y de ello estamos absolutamente convencidos- que de esta crisis el movimiento revolucionario habrá de salir mucho más fortalecido, dado que la presente situación ofrece todos los elementos necesarios para salir de ella por la vía revolucionaria, es decir, para conducir a un gran número de países (pese a todos los estragos y masacres que aún puede ocasionar el imperialismo) a la revolución socialista. En realidad ya no existe otra alternativa ni ninguna «tercera vía» para sacar a la humanidad del atolladero en que se encuentra metida, por más que los imperialistas y sus lacayos se empeñen en negarla y en dificultarla.

La misma dependencia de la economía de los países monopolistas del bajo precio del petróleo y, más en general, del expolio de las materias primas, de la explotación inten­siva de la mano de obra y demás recursos económicos de los países pobres, resulta muy reveladora de la verdadera situación en que todos ellos se encuentran. Es ese expolio, que les ha permitido mantener hasta ahora los ritmos de crecimiento económico y la alta tasa de ganancia, lo que está en serio peligro y lo que los grandes tiburones de las finanzas están tratando de preservar con su intervención armada en el Golfo Pérsico y en otras zonas «calientes» del planeta. Mas ni aun así habrán de conseguirlo.

El sistema capitalista está agotado, y a ha cumplido su ciclo histórico y ahora padece de enfermedad senil, por lo que todo intento de prolongar su agonía sólo se podrá llevar a cabo a costa de imponer enormes sacrificios, el hambre, las enfermedades, las guerras y otros tantos azotes a la inmensa mayoría de la población del mundo. Llegados a este punto, ¿qué resulta más humano: hacer de enfermeros del sistema moribundo, o actuar como sus enterradores?

Publicado en RESISTENCIA nº 14 Noviembre, 1990

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